La Revolución Mexicana vive en la Constitución

viernes, 19 de noviembre de 2010.

Juan Jose Huerta | La crónica

Aunque en México vivamos tiempos difíciles, inseguridad, desempleo, recesión económica de la que no acabamos de salir, desánimo generalizado, ello no debe empañarnos la visión acerca de nuestro país ni hacernos desconocer su verdadera grandeza y los logros de su historia. Aunque algunos pretendan desenraizarlos, los hitos de la Revolución, la Independencia y la Reforma están bien plantados, formando, con las culturas prehispánicas y La Colonia, los fundamentos sin los cuales no podríamos entender nuestra nacionalidad mexicana. De ellos y de sus héroes, los hombres y mujeres que dieron forma a esos cimientos, en medio de luchas fratricidas, es cierto, han ido surgiendo los valores y principios dignos de respeto en esta tierra, que ahora se condensan en la Constitución mexicana.

Así es como la Revolución Mexicana vive en la Constitución; los frutos de aquel gran y último movimiento social están plasmados en ésta, que instituye el referente básico que todos debemos de respetar, pues acumula lo mejor que este país ha logrado en su historia. Claro que, como en todos los pueblos de la Tierra, la historia es una sucesión de hechos contradictorios, dolorosos o injustos algunos, otros felices y apegados a la justicia y la razón, y así ha sido nuestro devenir histórico, pero lo que importa es el balance general y, en el caso de México, éste es positivo sin duda alguna.

Algunos lo niegan y puede entenderse esta posición cuando proviene de académicos obnubilados por visiones doctrinarias o partidarias, o de aquellos que hacen de la teoría de la “transición” o de la “revolución permanente” su caballito de batalla (aunque confieso que me desconcierta que el editorialista de un periódico como El Universal —“La Revolución inconclusa”, 16no10— asuma esta misma postura de desconocer los logros de la Revolución).

Un poco de perspectiva ayuda a una visión más objetiva. Al inicio de la Revolución, en 1910, la población de México era de 15.2 millones de habitantes, que se redujo a 14.3 millones en 1921, por las muertes que trajo el conflicto (unas 250 mil pérdidas) y la fuerte emigración originada por el mismo. En este 2010, y aunque todavía no se publican los resultados del censo de este año, la población de México ha de rondar ya los 110 millones de habitantes; es decir, ¡se multiplicó en 90 años 7.7 veces! Preciso parafrasear lo que he dicho en otra ocasión: aun con ese reto demográfico gigantesco, y considerando que el paraíso en la tierra no existe y que México ha distado de ser el edén en todos estos años; ni con mucho nuestro país ha padecido la muerte, la guerra, el militarismo, la dictadura, la opresión, el hambre, las pandemias, la falta de oportunidades, el racismo y otros azotes tan violentos, masivos e indiscriminados que el mundo ha visto en muchas naciones del planeta y en todas y cada una de las nueve décadas en que ha estado vigente el régimen político emanado de la Revolución Mexicana.

Con todas las imperfecciones y excesos que se quiera, este régimen estableció las bases de infraestructura económica, productiva, de educación, salud y seguridad social, para que esa población multiplicada mejorara sensiblemente en todos los índices de nivel de vida respecto a los que se tenían al fin de la Revolución para apenas 14 millones de habitantes, sin ningún rompimiento fundamental de la institucionalidad. Ésta mejoró profundamente, aunque no es perfecta, y nos permite una acumulación incremental mediante la cual cada vez el régimen político, económico y social mexicano alcanza nuevas cotas en el ascenso hacia la democracia plena y la equidad social y, sobre todo, mantiene en operación los mecanismos para que los mexicanos sigamos procurando esas metas; los caminos no están cerrados.

Estará errado quien piense que ésta es una justificación de la desigualdad y las inequidades, las fallas y los abusos que siguen estando presentes en nuestra sociedad. Por supuesto que no, esas son desviaciones de los ideales de la Revolución Mexicana, y de los valores de los otros hitos de nuestra historia, desviaciones que se han mantenido o desarrollado en las complejidades del mundo de nuestra época, que así como ha ofrecido instrumentos maravillosos nunca antes conocidos para la elevación del ser humano, también ha producido medios inéditos de degradación de la especie.

Y hay que reconocer también que nuestra sociedad actual es obra de los propios mexicanos, de nuestros aciertos y errores; es resultado de las interacciones a través del tiempo de los diferentes grupos o sectores sociales, económicos y políticos, y no obedece a un gran designio interior o exterior, a una gran conspiración o un gran complot por encima de todos. Por supuesto, el poder existe, es una constante en toda sociedad humana, y aun en las sociedades animales; unos individuos, o naciones, acumulan más poder que otros; son más ambiciosos, audaces o inescrupulosos que otros, y esto es algo a lo que el andamiaje institucional de un país tiene que dar la máxima atención para evitarlo en la mayor medida, o para corregir sus efectos negativos e introducir las medidas de compensación necesarias.

Y sí, nuestra Constitución contiene todos los instrumentos acumulados en la historia de México para hacer de ésta una sociedad moderna, educada, saludable, igualitaria, solidaria. En términos de la vida de las naciones, a sus 93 años nuestra Constitución es aún joven y apta para producir esos resultados. Integra en sus artículos la más amplia libertad junto con los medios para hacer respetar la vigencia del estado de derecho, es decir, para que se respeten los derechos de todos; también, la democracia ciudadana y participativa junto con la posibilidad de gobiernos efectivos; el federalismo y la fuerza del municipio, a la par de una nación unitaria y no excluyente ni separatista; la libertad para dedicarse a la ocupación o empresa de preferencia, junto a los medios efectivos para controlar los excesos monopólicos y para asegurar la igualdad de oportunidades para todos. La Revolución y nuestros otros hitos históricos viven en la Constitución.

La moraleja es: hagamos todo lo posible por respetar la Constitución y el estado de derecho que ella establece. Regresemos a la ciudadanía algunos de los derechos que le han sido escamoteados para favorecer una partidocracia que no estaba en los ideales de la Revolución, como el derecho a ser votado independientemente de cualquier partido político. Corrijamos el déficit evidente en la impartición de justicia para desterrar verdaderamente el cáncer de la corrupción que se da en todos los sectores sociales y en todos los órdenes de gobierno; ensalcemos la educación y el cultivo de los valores como base necesaria de un mejor comportamiento social; fortalezcamos a la nación desde su base misma, los pueblos, municipios, comunidades de acuerdo a los ideales federalistas de nuestra Revolución. No es terquedad anacrónica que Pemex siga en manos del Estado; la razón estriba en el principio de equidad en la distribución de la riqueza, que la apropiación privada de sus beneficios no produciría (claro que tampoco la corporativa de unos pocos).

Una falla grave de operación que hay que solventar es la eficiencia en cada una de las actividades o labores que emprendamos, superar ya nuestro escaso apego a la ciencia y la tecnología; dedicar atención prioritaria para que todo mexicano tenga acceso a los miles de años de conocimiento humano que están al alcance de un teclado, y desterrar el camino fácil de las soluciones rancheras o milagrosas… o basadas en la corrupción.

Eso es la Revolución y la Constitución y no show de luces o marionetas ni propaganda mediática de gobiernos, ni el despilfarro y la discrecionalidad del gasto público. Tampoco la militarización creciente del país; el movimiento armado de la Revolución dio origen a un gobierno civil y para resaltar eso se conmemoraba con un desfile deportivo y no uno militar.

¡Viva la Revolución Mexicana!

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