La venganza petrolera del dictador

sábado, 5 de marzo de 2011.

Enrique Campos Suárez | EL ECONOMISTA

El régimen de Muammar Gaddafi decidió bombardear a sus opositores otra vez, pero en esta ocasión las bombas cayeron muy cerca de las instalaciones petroleras y eso fue razón suficiente para que los nerviosos y volátiles mercados llevaran los precios del crudo americano arriba de los 100 dólares por barril.

Está claro que el líder libio, como buen mecías, ya perdió el piso y cree que sus actos son incuestionables e imposibles de ser equivocados. Está claro que la diferencia entre los iluminados tropicales y los mediterráneos es el acceso al poder, el dinero y las armas.

Los misiles cercanos a las plantas petroleras cuentan, pero también la credibilidad de Gaddafi de que será capaz de hacer cualquier cosa para mantenerse en el poder o morir en él. La posibilidad del uso de armas no convencionales en contra de su gente está latente.

Hacia afuera, la posibilidad de castigar donde más le duele a Occidente también está entre sus planes. La amenaza de un alto funcionario del gobierno de Libia de cortar el suministro de crudo, básicamente a Europa, también tuvo sus consecuencias.

Y no es tanto la amenaza de un burócrata lo que inquieta a los sedientos mercados de futuros. Lo que realmente cuenta en el precio del petróleo es que Libia está perdiendo capacidad de producción.

A México han llegado una decena de trabajadores radicados en Libia que salieron huyendo de la violencia. Estos empleados estaban relacionados, en su mayoría, con el sector petrolero.

Entonces, multipliquemos la salida de 10 trabajadores mexicanos por el número de países que enviaron gente para trabajar en los campos petroleros libios y tendremos cientos de trabajadores que han huido de ese polvorín
El cálculo es que Libia ha reducido su producción petrolera diaria de 1.6 millones de barriles a apenas 0.7 millones diarios. Esto implica menos de la mitad, además de que los canales de distribución también están seriamente afectados por la crisis.

Si Estados Unidos acerca un poco más de la cuenta su flota naval a las costas libias, y esto no gusta al locuaz dictador, podría definitivamente cortar los suministros a través del ducto que conecta los continentes europeo y africano.

Si Gaddafi opta por jugarse el resto, lo que ocurrirá es que el precio del petróleo sí podría tocar los 120 dólares por barril.

Y si Arabia Saudita no es capaz de contener la presión social que se alcanza a ver desde fuera, el escenario es mucho más complicado para un mercado como el petrolero que no ha sido capaz de contener su apetito.

Muchos ya hacían planes de tener un picnic en Trípoli tras la caída en estos días de Gaddafi. Bien harían en reconsiderar el estado mental del dictador antes de calcular lo que sigue para Libia y para la región.

Ese personaje se va a morir en la línea, de eso no hay duda.

La Primera piedra

Los apetitos recaudatorios del Gobierno del Distrito Federal (GDF)alcanzan niveles fuera de toda proporción.
Se acercan los tiempos electorales. Parecería que hay una enorme necesidad de muchos políticos por recaudar de donde se pueda para mantener la imagen positiva en alto.

En la ciudad de México, el nuevo modelo recaudatorio consiste en usar el pretexto ecológico para conseguir dinero.

El gobierno de Marcelo Ebrard olvida que la verificación vehicular tiene un fin ecológico: cuidar que el aire que respiramos en la ciudad de México sea menos venenoso. Pero, ¿no han hecho de la verificación un gran negocio recaudatorio?

Primero fue la obligación de tener pagada la Tenencia; ahora es la obligación de no tener multas pendientes para poder cumplir con el requisito supuestamente ecológico.

Es una obligación ciudadana el respetar los reglamentos de tránsito y el pagar los impuestos. Es una obligación de la autoridad hacer valer las leyes. El problema de la ciudad de México es que las leyes se hacen valer dependiendo el grupo político al que se pertenece. Los microbuseros y taxistas tienen a la ciudad de México en la anarquía.
Hacen, literalmente, lo que quieren y nadie los molesta porque pertenecen a grupos de apoyo. Así que el automovilista que logre sobrevivir a los choferes del transporte público, deberá enfrentar la ira de los radares de velocidad y la falta de preparación de los policías que infraccionan a discreción.

Lo que queda claro es que para los ciudadanos sólo hay multas a secas. Para la clientela política del GDF, la gracia de que hagan lo que se les dé la gana.

Comentários:

Publicar un comentario

Agrega tu comentario

 
EL CAUDILLO PETROLERO © Copyright 2010