Calderón, como Salinas

miércoles, 2 de febrero de 2011.

Carlos Loret de Mola

Cada vez que un funcionario del gobierno federal reclame a la ciudadanía su falta de apoyo a la lucha contra los narcos, cada vez que un secretario de Estado demande a los medios de comunicación el respaldo a las acciones contra los cárteles, cada vez que el Presidente exija mirar en positivo el saldo de su estrategia habrá que recordar que la guerra contra el crimen organizado, lanzada por Felipe Calderón en diciembre de 2006, tuvo, tiene y tendrá un objetivo político. Al arranque de su administración fue uno de los métodos para obtener la legitimidad que no le habían dado las urnas.

Verse presidente, ya no candidato, portar el uniforme verde olivo, ordenar sobre generales y tropas, identificar un enemigo común y atacarlo desde su posición al mando del Estado. Le funcionó: la guerra ensombreció la disputa postelectoral. En los años siguientes, mientras libraba una indudable y costosa batalla (vidas, recursos, popularidad) contra los delincuentes, el gobierno empezó a usar electoralmente la guerra contra el crimen organizado para atacar a sus opositores: el expediente del “Michoacanazo” que terminó perdiendo en tribunales y con la mayoría de los inculpados en libertad; la negociación del PAN con el PRD (ya que eran aliados) para que Julio César Godoy Toscano tomara posesión y luego se diera a la fuga; una añeja foto del entonces candidato del PRI al gobierno de Sinaloa, Jesús Vizcarra, con el narco Ismael “El Mayo” Zambada de la que nada se supo tras la derrota priísta; la declaración de un testigo protegido para vincular con el dinero sucio al candidato del PRI al gobierno de Guerrero, Manuel Añorve, que de inmediato “desmintió” la PGR. La tónica de la estrategia es la misma: el gobierno se hace de una información, la filtra a algún medio de comunicación cuando la necesita políticamente y no se le da ningún seguimiento policiaco, pues el objetivo parece estar cumplido. Esuna guerra sucia que sólo refuerza las dudas y los cuestionamientos hacia la marca del sexenio: la lucha contra la delincuencia. La vuelve vulnerable en sus argumentos, sospechosa en sus fines y la convierte en un instrumento de presión electoral, de guerra sucia partidista, de ataques bajo la mesa.

Es más grave aún que la explícita estrategia del entonces presidente Vicente Fox para sacar de la sucesión a Andrés Manuel López Obrador, primero a través del proceso de desafuero y después haciendo declaraciones públicas contra él. Por lo menos aquello era arriba de la mesa. Lo de ahora es acabar con sus opositores a costa de lo que sea. Nadie puede sentirse a salvo de un embate, sobre todo porque han demostrado su éxito en las urnas y han logrado merma de manera importante al PRI, y en una de esas, a su principal aspirante, Enrique Peña Nieto. Y si a esto le sumamos la reciente concentración de poder en Los Pinos de cara a la sucesión, es casi el estilo del priísta Carlos Salinas de Gortari.

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