Rousseff, la última batalla de Lula

jueves, 4 de noviembre de 2010.

La elegida del jefe de Estado saliente es la gran favorita en las elecciones de hoy para convertirse en la primera presidenta de BrasilRousseff, la última batalla de Lula .

EUGENIO FUENTES| Tiene fama de sargento, aunque el cáncer linfático que padeció en 2009 la ha dulcificado un poco. De ahí que sus enemigos la conozcan como la Dama de Hierro. También tiene fama de gestora eficaz y pragmática, aunque sus detractores le critican su falta de experiencia en la negociación entre partidos y en la arena internacional. Pero, por encima de todo, tiene el apoyo cerrado de Lula, el hombre al que respaldan ocho de cada diez brasileños. No en vano fue él quien la eligió sucesora en 2008, pasando por encima de todos los barones del Partido del Trabajo (PT), cuando para la ciudadanía era una desconocida. Para Lula, Dilma Rousseff es sencillamente Dilminha, la mujer que desde 2005 ha sido su mano derecha en el Gobierno, la que le ayudó «a hacer un Brasil mejor». En suma, la que debe continuar el lulismo después de Lula.

Unos 135 millones de brasileños están llamados hoy a las urnas para decidir quién debe tomar las riendas del país tras los ocho años de Lula. Rousseff, que no pudo deshacerse en la primera vuelta (46,91% de los votos) del socialdemócrata José Serra (32,61%), es la favorita de las encuestas, que le dan una ventaja de cinco a catorce puntos. Si los sondeos no fallan, dentro de unas horas esta economista de 62 años -dos veces divorciada, una hija, un nieto- será la primera presidenta de Brasil.

Dilma Rousseff culminará de este modo una carrera política que inició a los 16 años en la izquierda radical estudiantil. Era el momento en el que los militares imponían su dictadura (1964-1985). Rousseff, hija de una maestra y de un comunista búlgaro que se labró una posición burguesa gracias a la abogacía y los negocios, había tenido en Belo Horizonte una infancia acomodada, a diferencia de Lula, el niño limpiabotas, o de Serra, hijo de un obrero calabrés. La dictadura y los aires de revuelta que agitaban a Latinoamérica en la segunda mitad de los años 60 la llevaron, sin embargo, a la clandestinidad.

Aunque la candidata Rousseff prefiere no darle muchas vueltas a su pasado subversivo, se sabe que en 1967, el año en el que inició sus estudios de Económicas y se casó por primera vez, se integró en el aparato político de un pequeño grupo, autor de atracos, secuestros y atentados, en el que defendió posiciones prosoviéticas. Tenía 19 años. En 1970 fue detenida y torturada, pero al no imputársele la participación directa en acciones armadas, sólo fue condenada a dos años de cárcel. Para entonces ya se había unido al que había de ser el padre de su hija, con el que estuvo casada hasta el año 2000.

En los años siguientes concluyó los estudios de Económicas y continuó el trabajo político, participando en la fundación del socialdemócrata PDT. Desde sus filas, fue concejal de Economía de Porto Alegre en los años 80 y, en la década siguiente, secretaria de Energía, Minas y Comunicaciones del Estado de Rio Grande do Sul. Este cargo, que ejercería de 1994 a 2002, la situó en el camino que, una vez desligada de la deriva populista del PDT, habría de conducirla al equipo de Lula. Primero fue autora de su programa energético para las elecciones de 2002; después, ministra de Minas y Energía.

En Porto Alegre Rousseff había puesto en marcha un ambicioso plan de obras públicas, con participación de capital privado. El objetivo estrella era acabar con el severo desabastecimiento eléctrico de buena parte del Estado, prestando especial atención al desarrollo de la energía eólica. Esa experiencia le valió más tarde para transformar la generación y distribución eléctrica en Brasil, a través del programa «Luz para todos», que pretendía llegar a diez millones de personas en cinco años.

Rousseff fue también la impulsora de la producción de bioetanol y biodiésel para reducir la dependencia energética brasileña. En campaña, se ha mostrado una y otra vez orgullosa de una iniciativa que redondeó su imagen de gestora con visión y que ha convertido a Brasil en referente mundial en la producción de biocombustibles. Como no hay haz sin envés, las centrales eléctricas y los biocombustibles fueron igualmente causa de las aceradas críticas y fricciones con la ministra de Medio Ambiente, Marina Silva. Al igual que numerosas organizaciones ecologistas, Silva denunció el impacto ecológico de las centrales y el reguero de daños que dejan los biocombustibles: contaminación, deforestación, monocultivo extensivo y encarecimiento de alimentos.

Ya desligada del PT, y cabalgando a lomos del Partido Verde, Silva fue la gran sorpresa de la primera vuelta, el pasado 3 de octubre. Sus casi 20 millones de votos (19,5%) impidieron el triunfo de Rousseff y agudizaron la sensibilidad ecologista de su campaña, y la de su rival Serra, ante la cita de hoy. Sin embargo Silva, cuyas ambiciones miran al futuro, no ha recomendado ningún nombre a sus electores.

Los contornos del efímero éxito de la ecologista dibujan con gran precisión el mapa de los reveses de campaña que impidieron a Rousseff imponerse en la primera vuelta.

En noviembre de 2008, cuando fue ungida heredera por Lula, la candidata del PT cotizaba un 10% en los sondeos, por un 40% de Serra. En agosto pasado ya rebasaba el 50%. Entre una y otra cifra, una campaña librada por Lula con la intensidad de una última batalla. Ha sido su combate de despedida, un despliegue sin freno, muy criticado por sus opositores, que ha llevado al Tribunal Electoral a multar a presidente y candidata por aprovechar actos de gobierno como propaganda encubierta. Una campaña con lunares en la que, al final, ha dado la impresión de que Brasil, más allá de la miseria, las desigualdades abismales, la violencia y las profundas carencias educativas, sanitarias e infraestructurales, sólo tiene que preocuparse del aborto, la religión y la corrupción.

Buena parte del impulso de Silva le llegó de católicos y evangélicos, enfrentados a una Rousseff laica que, meses atrás, coqueteó con la despenalización del aborto. En la segunda vuelta, la candidata del PT ha tenido que comprometerse por escrito a no ampliar los casos de aborto legal -violación o peligro para la madre- y ha multiplicado sus signos de religiosidad, resaltando que proviene de una familia católica y sugiriendo que el cáncer la acercó a Dios. Nada de esto anula las estimaciones que cifran en un millón al año los abortos clandestinos en Brasil, con 300 mujeres muertas y más de 200.000 hospitalizadas con daños.

En cuanto al obús de la corrupción, era inevitable que acabara golpeando a Rousseff en plena campaña, mientras que el historial de Silva permanecía intachable. Fue precisamente un escándalo, el de las mensualidades pagadas a diputados para votar a favor del Gobierno, el que en 2005 dejó a la plana mayor del PT desactivada para suceder a Lula. El Presidente salvó el tipo, pero su mano derecha, José Dirceu, ministro de la Casa Civil, tuvo que dimitir y dio paso a la economista, cuya estatura se había agigantado ante Lula como ministra. Durante casi cinco años Rousseff concentró un enorme poder, desarrolló un plan de crecimiento acelerado, impulsó la construcción de un millón de viviendas sociales y anunció la conversión de Brasil en potencia exportadora de petróleo gracias a nuevos yacimiento submarinos.

Su principal colaboradora en ese quinquenio fue Erenice Guerra, quien el pasado marzo la sustituyó como ministra. Pero el 16 de septiembre, a poco más de quince días de las elecciones, Guerra tuvo que dimitir al ser acusados dos de sus hijos de tráfico de influencias. Fue ahí cuando empezó a declinar la estrella de Rousseff, a la que no ayudó en nada que Lula, fuera de sí, arremetiese contra «periódicos y revistas que se comportan como si fueran un partido político» y «destilan odio».

Con todos esos antecedentes, la segunda vuelta ha tenido mucha descalificación, mucho juego sucio, algún enfrentamiento físico y muy poco debate. De Rousseff, a la que se considera más estatista que Lula, se espera que profundice en las políticas de crecimiento redistribuidor de su mentor, reforzando empresas y bancos públicos, para cumplir su promesa de convertir a Brasil en un país de clase media. Aunque se estima que mantendrá la ortodoxia económica, sólo se teme que ceda a la tentación de expandir el gasto público. En cuanto a Serra, cuya victoria no parece probable pese a haber recogido más voto verde que su oponente, es partidario de restringir el gasto. Un triunfo socialdemócrata, pues, conllevaría una ralentización de las actuales políticas.

Una u otro dirigirán un país que ha salido de la crisis creciendo al 7,5%, algo sin precedentes desde 1986, con un paro urbano del 6,7% y la inflación controlada. Brasil, con unos tipos de interés altos, sigue siendo la niña bonita de los inversores, sólo superado por China. El único problema de tanta belleza es que cuando todos los países juegan a devaluar su moneda para combatir la crisis, el real brasileño sufre tensiones alcistas que lo revaluaron un 32,7% en 2009 y un 3,56% este año. Pero, a buen seguro, no serán esos cómputos los que lleven a los brasileños a decidir hoy si Dilma Rousseff es la elegida. Si triunfa, tendrá que desvelar a partir de enero los detalles de un proyecto político que la omnipresente figura de Lula ha mantenido hasta ahora en brumas.

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