Héroes de Cera

sábado, 6 de noviembre de 2010.

image Un busto en bronce de Juan Camilo Mouriño orna desde este jueves la sede nacional del PAN y una estatua del mismo personaje quedó instalada ese mismo día en el Museo de Cera de la Ciudad de México, como homenajes de copartidarios, parientes y allegados del campechano –con la inspiración y el respaldo político del jefe del Estado–, en el segundo aniversario de su muerte. Efeméride ésta que, irónicamente, se cumple apenas días después de la difusión de la noticia sobre el desplome de México en el índice mundial de percepción de corrupción.

Agréguese a aquellas distinciones el mensaje enviado por Twitter por el presidente Felipe Calderón, a quien una prolongada sesión de los “Diálogos por la Seguridad”, en Mexicali, le impidió llegar –al menos esta fue la justificación oficial– a la ceremonia panista conmemorativa del deceso de quien fuera su secretario de Gobernación. “Hoy hace dos años murió nuestro querido amigo Juan Camilo Mouriño”.

A luz de tan notables reconocimientos, cobra la dimensión de una simple guasa la queja del jefe del Ejecutivo, expresada al día siguiente de difundido el listado de Transparencia Internacional, en el cual se destaca el paso de México, en los últimos cuatro años, del lugar 72 al 98, entre 178 países, y una caída de nueve puestos tan sólo en el último año, en aquel afrentoso índice. “Es una mala noticia que estemos viviendo en un país que nunca puso freno a la corrupción en las instituciones públicas”, dijo Calderón.

Y el más conspicuo responsable de combatir la corrupción desde el gobierno, Salvador Vega Casillas, se consoló con un argumento cantinflesco y peregrino: Para la elaboración del ranking “se tomaron datos de 2008; es decir, de antes de las reformas estructurales”, y si caímos en la tabla es sólo asunto de percepción, pues “cuando nosotros damos a conocer datos de corrupción, la percepción puede aumentar y en realidad lo que se está haciendo es aumentar el combate”.

Al escuchar a Calderón y su contralor fue inevitable pensar en Francisco Mayorga Castañeda, señalado desde los cuatro puntos cardinales de aprovechar la titularidad de la Sagarpa para transferir a empresas de su propiedad y de sus hermanos Cristóbal, Miguel Arturo y Luz Teresa decenas de millones de pesos de los programas destinados a los más pobres del campo. Programas –por cierto– a los cuales el gobierno federal y sus propagandistas proponen eliminar porque “ya cumplieron su objetivo”. Como si éste hubiera sido la rapiña desde la alta burocracia.

Fue inevitable también pensar en el dirigente nacional del PAN, César Nava, ex secretario particular de la Presidencia de la República y ex director Jurídico de la quebrada Pemex, hábil negociador hipotecario capaz de adquirir a precio de ganga, en 7.25 millones de pesos, un departamento de ensueño cuyo valor real se acerca a los 30 millones. Corredor inmobiliario no por necesidad de alojamiento, sino sólo por capricho, para poder cantarle a su cónyuge aquello de “yo tengo ya la casita que tanto te prometí…”.

Y fue también insoslayable, al escuchar el lamento presidencial sobre la frondosa y creciente corrupción, pensar en otro ex responsable del combate a este fenómeno desde la Secretaría de la Función Pública, Germán Martínez Cázares, metido ahora al coyotaje en la exangüe Pemex. Al inmaculado Germán nomás no le cuadran las cuentas de su paso por la dirigencia del PAN, donde no se conoce el destino de 400 millones de pesos y sus copartidarios sospechan que esos recursos fueron a dar a empresas de otros panistas como Jorge Manzanera y Rafael Jiménez, proveedores de bienes y servicios a precios inflados a su partido.

Al conocer el reporte de Transparencia Internacional sobre corrupción y las lacrimosas reacciones de Calderón, de seguro la opinión pública pensó en muchos funcionarios y ex funcionarios de la era del cambio, algunos de ellos cleptómanos en fase terminal, acusados de traficar con influencias y con todo lo traficable, y aun así capaces de andar por la vida dándose golpes de pecho y poniendo cara de servidores públicos.

Los mexicanos del común pensaron quizá en Vicente Fox y Marta Sahagún, y en un pelotón de “administradores” de Pemex –empresa por cuya quiebra los corifeos del régimen se escandalizan al tiempo que participan del saqueo– encabezado por Raúl Muñoz Leos, Juan Bueno Torio, Juan José Suárez Coppel, y muchos más acusados de corrupción en diferentes momentos y distintas expresiones.

Frente al deplorable reporte que indican que la corrupción carcome hasta el tuétano la administración pública, para ningún mexicano medianamente atento a los medios de información pudo pasar por alto el recuerdo de Juan Camilo Mouriño. A lo largo de su trayectoria pública, lo mismo en sus tiempos de legislador que de asesor del secretario de Energía Felipe Calderón y como titular de Gobernación, este campechano uso el poder público para hacer suculentos negocios, personales y familiares, a costa de Pemex. Es decir, de la empresa cuya bancarrota causa azoro y les resulta inexplicable al gobierno y sus voceros oficiales y oficiosos.

Los ciudadanos rasos, sin embargo, debemos reparar en que si consentimos elevar a la categoría de héroes a los funcionarios públicos más emblemáticos de la corrupción y honrar su memoria inmortalizándolos en bronce o erigiéndoles estatuas –así éstas sean de cera y queden idóneamente colocadas en el museo de lo increíble–, no tendremos derecho luego a quejarnos de la creciente percepción mundial de México como una nación de corruptos.

Mouriño fue cobijado por el poder presidencial que tornó la justicia indolente y le procuró indulgencias del Congreso. Y ya muerto, el afecto presidencial busca distinguirlo sin motivo alguno de otros personajes que corrieron su misma suerte en el fatal avionazo en que perdió la vida –en forma destacada José Luis Santiago Vasconcelos–, a pesar de que no es el grado de corrupción, sino el inexplicable aprecio lo que hace la diferencia.

El campechano logró amasar una fortuna colosal, pero a querer o no se convirtió en emblema de la corrupción y la impunidad. Quizá por ello su busto en bronce quedó colocado en el mejor lugar del patio de la sede panista. Y quizá por lo mismo su estatua fue colocada al lado de la de Calderón en el Museo de Cera. “Aunque usted no lo crea”.

aureramos@cronica.com.mx

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